martes, 21 de octubre de 2014

Cuando las apariencias engañan, los detalles importan.


Maquillar nuestras imperfecciones. 
¡Qué dificil puede resultar ser honesto con lo que un@ ofrece! Y ¡qué fácil es dejarse llevar por la necesidad de engordar, inflar nuestros logros para vendernos más y mejor, para resultar más atractivos en cualquiera de las esferas de nuestra vida!

¡Y qué error tan grande el hacerlo! Porque al no poder permanecer en guardia las 24 horas del día, 365 días al año, siempre habrá algo /alguien que nos pille en un renuncio y que descubra que detrás de esa fachada, hay sólo eso, fachada.

Y es que ya lo dice nuestro refranero “las mentiras tienen las patas muy cortas”, pero aun así ¡hay personas que no es que maquillen o endulcen un poco la realidad, no, es que utilizan litros de pintura plástica, de esa que no deja transpirar, para tapar cualquier supuesta imperfección!

Eso, y el esconder bajo la alfombra toda la basura que pueda molestar.

Con un exterior aparentemente en orden, se da el pego.

Algo así debió de pensar la recepcionista del hotel balneario origen de este post y cuya anécdota comparto con vosotr@s porque creo ilustra a la perfección la reflexión de hoy.

La primera vez que reservamos un estupendo fin de semana en este hotel recién inaugurado, todo, absolutamente todo, me pareció una auténtica maravilla: el entorno, las instalaciones, los servicios que ofrecían, el personal atento, entregado, motivado.  Quedamos tan encantados con la experiencia que lo recomendamos a diestro y siniestro a nuestros allegados y amigos.

Dos años más tarde regresamos. ¿Al mismo lugar?

Geográficamente sí. Arquitectónicamente, sí. Económicamente, sí (ni una rebaja en el importe del servicio, bastante alto por cierto).

Entonces ¿qué había cambiado?

Era una sensación que aparentemente no se sustentaba en nada concreto.
 
Aparentemente.
 
Y podría haberse quedado ahí de no haber descubierto el primero de los detalles que hacía chirriar esa fachada de lujo y glamour:  

Un agujero en la alfombra de nuestra habitación.
No un pequeño agujerito, no, sino un señor agujero y además bien visible. 

Podríamos haber hecho una foto y haber comentado eso y la falta de champú y gel de baño en foros y redes sociales, pero no lo hicimos.

Bajé a recepción que estaba llena de clientes, esperé mi turno, me aparté un poco y con mi habitual tono de voz (bajo y calmado) informé a la recepcionista de ambos aspectos.

Ni se inmutó. Con un ¡ah, vale! me despachó sin más.

Pero eso no fue lo que tiró por tierra mi percepción de este hotel al que ya comencé a calificar de “venido a menos” (podría ser el ejemplo de una falta de motivación e involucración del personal, como estoy segura de que así era), el detalle vino después:

Al regresar a la habitación, mientras el personal del servicio de habitaciones reponía lo que faltaba, sonó un walkie-talkie y de él salió una voz estridente que gritando como una posesa indicaba:

“¡¡Maríaaaa!!, ¡cambia la alfombra de las 210 por la de la 215 que no está rota! ¡Los de la 210 han bajado a quejarse!

Le faltó decir:

“y esta vez mete el agujerito debajo de la cama para que no se vea”

La tal María no sabía dónde meterse y no era para menos pues la situación fue bochornosa.

A partir de ese momento, cómo si una nueva realidad hubiera aparecido ante mí, comencé a descubrir más pequeños detalles (mi atención ahora se centraba sin quererlo en lo que fallaba, en lo que había cambiado y para peor, en las mentiras, defectos y carencias) que sumados me hicieron abandonar el hotel con una sensación de tristeza.

Puedes pensar que este ejemplo es una auténtica tontería, y estás en tu derecho, pero creo que sirve para describir gráficamente situaciones a las que tod@s nos hemos enfrentado, como por ejemplo las que pueden darse en un proceso de selección, cuando las circunstancias nos impulsan a vendernos con más ahínco y a base de brochazos y antiojeras disimular cualquier desperfecto en nuestra experiencia. 

El entrevistador, no lo olvides nunca, es un profesional que entre otras cosas debe detectar las pequeñas o grandes inconsistencias en tu currículo y en tu discurso. 

No juegues a ser más list@.  No merece la pena. La duda en ocasiones hace más daño que la certeza.

Podría poner muchos ejemplos vividos a lo largo de mi experiencia como responsable de RRHH, cuando en entrevistas de selección, detectaba esas pequeñas incongruencias, detalles que se escapaban a lo largo de la charla con el/la condidat@ y que hacían que un halo de desconfianza se posara sobre él/ella. En algunos casos, siento decirlo, sus propias mentirijillas los descartaron.

Por ello siempre sugiero que en cualquier proceso de selección seamos honestos. Esto no implica la nula venta de nuestras capacidades, experiencias y valor añadido a aportar. No. Significa poner el énfasis en lo que realmente hemos hecho bien, en lo que nos hace ser diferentes porque ciertamente es así y sin necesidad de fuegos artificiales.

Tod@s tenemos aspectos en nuestro bagaje profesional de los que no estamos orgullosos, pues incluso en esos casos, la honestidad desarma más que los disimulos o la farsa.

Y es que… cuando las apariencias engañan, los detalles importan. O al menos esa es mi opinión.

¿Cuál es la tuya? 
Imagen MorgueFile.
 

 

 

 


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